La salud mental en el siglo XXIV
Gro Harlem Brundtland1
Gracias a las estadísticas de mortalidad, sabemos que durante el último siglo la esperanza de vida del hombre ha aumentado como nunca lo había hecho, aunque no siempre ha sido así para los pobres del planeta, que siguen sucumbiendo fácilmente a las habituales enfermedades mortíferas. Mediante instrumentos como los AVAD (años de vida ajustados en función de la discapacidad) podemos analizar no tanto la forma de morir como la forma de vivir de la gente. La ventaja de los AVAD es que nos permiten cuantificar no solo el número de defunciones sino también las consecuencias de las muertes prematuras y las discapacidades en una determinada población, combinando ambos factores en un solo indicador de la carga global de morbilidad.
Con este cambio de perspectiva, algunas
de las enfermedades mas mortíferas, como el
paludismo y la tuberculosis, mantienen su
hegemonía. Sin embargo, las enfermedades
mentales adquieren de repente una mucho
mayor dimensión. Pueden no ser mortales de
por sí, pero provocan discapacidades prolongadas
tanto en los países ricos como en los
pobres, y van en aumento.
¿Por qué? Por muchas razones. La
primera es que, con el aumento de la
esperanza de vida, el cuerpo a menudo resiste
mejor que la mente. Esto se manifiesta en los
AVAD perdidos a causa de la enfermedad de
Alzheimer y de otros tipos de demencia. La
segunda explicación es que muchas sociedades
y comunidades que habitualmente apoyaban
a sus miembros más necesitados a
través de los vínculos familiares y sociales
ahora tienen muchos más problemas para
hacerlo. En tercer lugar, no hay que olvidar
los efectos obvios de las situaciones de guerra
civil y de caos, así como las amenazas más
sutiles que a juicio de un colaborador del
Boletín, constituyen «los cambios radicales de
la sociedad en materia de tecnología, los
cambios experimentados por los pilares y
entramados familiares y sociales, y la comercialización
de la existencia, factores que
podrían explicar la actual epidemia de
depresiones y de otros trastornos psiquiátricos
» (1). Estos factores, que considerados
por separado pueden ser neutrales o beneficiosos,
pueden agravar un entorno ya de por
Sí hostil para la salud mental.
No nos llamemos a engaño respecto a la
magnitud del problema: en todo el mundo,
los trastornos mentales representan aproximadamente el
12% de todos los AVAD
perdidos en 1998. El porcentaje es mayor en
los países de ingresos altos (23%) que en los
de ingresos bajos y medianos (11%). La
depresión grave ocupa el quinto lugar en la
clasificación de las 10 causas mas importantes de morbilidad a nivel mundial, y esa
enfermedad reviste idéntica importancia en
los países en desarrollo. Después de la
depresión grave, las causas que mas contribuyen
a la carga neuropsiquiátrica son la
dependencia del alcohol, los trastornos
afectivos bipolares y la esquizofrenia. En los
países de ingresos altos, las demencias son la
tercera causa mas importante de morbilidad
neuropsiquiátrica. A nivel mundial cinco de las 10 causas
mas importantes de discapacidad (depresión
grave, esquizofrenia, trastornos bipolares,
consumo de alcohol y trastornos obsesivos,
compulsivos) son problemas mentales. Estos
son tan importantes en los países pobres
como en los ricos, y todos los pronósticos
apuntan a que en los próximos años
aumentarán espectacularmente. Esto me
lleva a formular la segunda pregunta: ¿Qué
podemos hacer para combatirlos?
Existen algunas intervenciones sorprendentemente
sencillas y bastantes baratas.
El retraso mental es quizá el tipo de trastorno
mental mas frecuente en los países en
desarrollo, y su prevalencia se puede reducir
simplemente añadiendo yodo a la sal método
que resulta muy barato. Las mejoras de la
atención obstétrica permitirán reducir aún
mas el problema.
Un proyecto de demostración llevado a
cabo en China ha puesto de manifiesto que
simples intervenciones familiares, unidas al
uso de medicamentos psicotrópicos, pueden
reducir considerablemente el costo del
tratamiento de la esquizofrenia. Los programas
de rehabilitación psicosocial pueden ayudar a
las persona con trastornos mentales
graves, como la esquizofrenia, a convertirse
en miembros productivos de la sociedad.
Aunque hoy no es posible curar la
demencia, existen intervenciones baratas y
culturalmente idóneas que pueden ayudar a
las familias y las comunidades a atender
mejor a los afectados por ese trastorno.
Existen un gran número de soluciones
de ese tipo, y esto plantea un último
interrogante: ¿por que no se dispensa
atención reconocidamente asequible y eficaz?
En este caso también se distinguen
varias razones, entre las cuales destacan las
siguientes: la poca prioridad que se da
generalmente a la salud mental, la centralización
tradicional de los servicios de salud
mental en grandes instituciones psiquiátricas
y la escasa aplicación de estrategias de
reconocida eficacia, ya sea por desconocimiento
entre los agentes de salud y los
responsables de dictar normas, por la
deficiente organización y financiación de los
servicios, por la inexistencia de sistemas de
garantía de la calidad o por la falta de
medicamentos psicotrópicos esenciales. Se
añade a ello el estigma asociado a las
enfermedades mentales, que a menudo
disuade a los enfermos de buscar tratamiento,
e incluso puede minar la disposición a
intervenir de los dispensadores de atención
de salud mental.
En definitiva, la salud mental depende
en cierta medida de la justicia social; y las
enfermedades mentales, dada su importan-
cia, deben tratarse en la medida de lo posible
en el nivel primario. Gran parte de la labor
preventiva debe hacerse en el área de la
mitigación de la pobreza y de la resolución de
conflictos, y los planteamientos discutidos en
los dos artículos siguientes deberían ayudar a
frenar esta creciente amenaza para la salud en
el siglo XXI.
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